Buscar una definición en torno a lo que es y representa el periodismo, es tarea delicada, aunque también complaciente y vivificadora. Los tiempos actuales han cambiado los antiguos conceptos sobre esta profesión. Pero la esencia que nutre al periodismo es la permanente búsqueda de la verdad como condición ‘sine qua non’ para ejercerlo debidamente. En ese camino es inevitable encontrarnos con un sinfín de crudezas e incógnitas.
Lo esencial de esta profesión es que promueve y explora la creatividad de quienes la abrazan. El periodismo tiene una fuerza persuasiva que muchos la identifican como el “cuarto poder” del Estado, por su esencia formadora de opinión pública. Entre muchas de sus cualidades están la de generar el cambio de la forma de pensar de la gente, sobre todo por revelar hechos con sólidos argumentos que incluso pueden variar la vida de las personas y, en el otro extremo, cambiar incluso el mundo en sus diversos aspectos sociales y roles.
La palabra, oral o escrita, suele ser un filudo puñal o dardo ponzoñoso, o, en contraposición, un bálsamo reparador, según como se la use. De allí que comunicar mediante el trabajo periodístico, debe hacerse bajo la lupa grande del beneficio o perjuicio que pueda ocasionar entre la gente.
Comunicar, en el caso del periodista, es una función profesional altamente responsable; es tarea muy delicada. Ahora bien, en lo posible se debe informar con la máxima veracidad, aunque esta hiera u origine lesiones éticas y/o morales en la persona o público a los que concierne tal o cual descripción de un hecho. La verdad, en la mayor parte de las veces, puede ser dolorosa, pero también reconfortante. Todos, sin duda, hemos sido partícipes y tenemos recuerdos, anécdotas, hechos inéditos, sean halagüeños o ingratos, que incluso se pierden en el tiempo. No obstante, creo que el periodista es una persona que, acaso, por el entorno y las circunstancias emanadas de su función, tiene en su libreta de apuntes una vasta y variada mixtura de aconteceres que pocos intuirían.
En mis sesenta años de ejercicio periodístico, muchos sucesos no salieron a flote o quedaron en el tintero, como suele decirse, no por voluntad propia sino por circunstancias ajenas a mi quehacer profesional. Si bien los periodistas solemos pensar que somos los paladines de la verdad y, por ende, voceros y defensores de la sociedad, por profusa libertad de prensa de la que se hable y hasta se considere valedera, lo cierto es que hay puertas que son infranqueables y mucho de lo visto, palpado y participado, queda pendiente a la espera de una oportunidad más viable. Sobre ese particular, rememoro la contundente frase del notable y mordaz escritor irlandés, Oscar Wilde: “Quien busca la verdad, merece el castigo de encontrarla”. Otro acápite fundamental y sobre el que se reitera casi de continuo se refiere a la libertad de expresión y la libertad de prensa. No obstante, poco se explica y expone sobre lo que encierran ambos conceptos. De allí también los grandes equívocos de quienes – plumíferos en su mayoría – haciendo tabla rasa de las normas sociales y legales, suelen caer en la diatriba, la intolerancia y hasta la aquiescencia en torno a expresiones y escritos que ellos consideran verdades irrebatibles.
Muchos acontecimientos de los cuales fui testigo presencial, no salieron a luz, no porque no tuvieran trascendencia; todo lo contrario, no fueron dados a conocer precisamente por tener ese relieve, sea político, económico, social o hasta personal. Los editores de las publicaciones en las cuales laboré, no vieron por conveniente publicarlos. Es que entró a tallar esa otra libertad que, según mi modesto entender, suele imponerse con soterrada o saltante frecuencia, por lo menos económica y comercialmente: la libertad de empresa.
Libertad es, por supuesto, un hecho y un derecho, siempre y cuando no atropelle ni denigre la de los demás. No significa hacer lo que uno quiera. Me remito a lo escrito por el novelista inglés Charles Kingsley: “Hay dos clases de libertad: la falsa, en la que uno puede hacer lo que le plazca, y la verdadera, en la que uno puede hacer lo que debe hacer”. Es justamente esta segunda la que grafica la real libertad. Incluso en la propia Biblia se encuentra inscrito el concepto de que la verdadera libertad la alcanzarán solo los que se muestren promotores y hacedores del amor genuino a Dios y al prójimo. Cabe preguntarse si ese amor es el que se despliega actualmente en el mundo. Por cierto, que no. En la multiplicidad de hechos impera el yo, antes que el otro. Mucha gente rinde culto a esa clase de libertad falsa que encierra egoísmo e independencia mal entendidos.
Lo dicho suele acontecer en la vida de toda persona, pero evidentemente con mayor revuelo y persuasión en la de un periodista, sea reportero, redactor o intérprete de la noticia. Las nuevas generaciones de periodistas tienen hoy a la mano una serie de herramientas comunicadoras que les permite ser más incisivos y contundentes en sus relatos e interpretaciones. Allí radica precisamente el origen de la enorme influencia que tiene esta labor profesional.