En un mundo de complejidades, observamos que en la actualidad las iniciativas empresariales pueden convertirse en opciones importantes que lleven a los administradores y gestores a adoptar decisiones orientadas a organizaciones con fines y sin fines lucro.
En esta oportunidad, nos referiremos a aquellas organizaciones que enfocan todo el esfuerzo a dar respuesta a objetivos y fines sociales: el llamado emprendimiento social.
El emprendimiento social es una práctica de los negocios que se utiliza para financiar el desarrollo de soluciones a problemas sociales, culturales y ambientales (Barraza, 2018). El objetivo final, no es la maximización del beneficio económico, sino, la creación de valor para la sociedad en su conjunto.
Las estrategias que se desarrollan en estos emprendimientos, están orientadas a alcanzar objetivos sociales, ambientales y también financieros, los que representan el núcleo de sus operaciones, generando beneficios que impulsan y fortalecen éstos objetivos, fortaleciendo lo que se denomina el equilibrio sostenible entre lo social, lo ambiental y lo económico.
Los objetivos pueden lograrse de diversas formas, siempre y cuando el beneficio del emprendimiento se destine a apoyar y fortalecer aspectos sociales que puedan, por ejemplo, apoyar a integrar a personas marginadas o discapacitadas o dando orientación y fortalecimiento de habilidades a microempresarios o a través del reciclaje, mejorar la calidad de vida de una población, o el cuidado del medio ambiente, o la mejora de la salud y educación, entre otros.
Un actor trascendente, en éste tipo de emprendimientos, es el emprendedor social, quien prioriza a la responsabilidad social, en el campo de acción en donde se desarrollan, cubriendo con su iniciativa las necesidades que tiene la población.